sábado, 5 de mayo de 2012

La piedra de la Milocha

 Javier Magallón en la cumbre.

Nos pareció que cumpliríamos un sueño llegando allá arriba. Una travesura, un capricho de antaño nacido a primera vista el día en que divisamos por vez primera esa magnífica piedra colgada en equilibrio sobre arcillas neógenas. Pesaba más nuestra obsesión por subir que el respeto que le debíamos a la virginidad de una formación rocosa tan antigua y singular. Sus aproximados veinte millones de años de edad empequeñecen microscópicamente nuestro todavía no alcanzado medio siglo y la hacen parecer inmóvil y eterna, pero en realidad sus milenios están contados. El conglomerado que corona esta chimenea de hadas ha protegido de la lluvia durante los últimos tiempos al basamento de arcilla que la sustenta y lejos de nacer de la tierra creciendo hacia el cielo como pueda parecer, ha sido el único testigo vivo de la rambla de La Guea que ha quedado en pie, certificando como era el suelo de la red hídrica antes de que la erosión excavase el resto hundiendo en el terreno y encajando en el paisaje las cárcavas laberínticas que se divisan perfectamente por doquier desde la cumbre de nuestra dama recién escalada. Probablemente permanezca en pie largo tiempo después de que nosotros perezcamos e incluso quede algún resto para cuando la humanidad pase a la historia, pero tarde o temprano gajo a gajo los fenómenos atmosféricos se la irán llevando hacia el fondo de los barrancos afilando más aún su silueta, dejando capas de corte limpias como la que hemos utilizado hoy para escalar empleando las más inesperadas y menos ortodoxas técnicas del artificial. Dos clavos de hierro corrugado introducidos al menos treinta centímetros en la arcilla y dos parabolt en la cara rocosa de la que se escindió la última parte del sombrero, nos han servido de apoyo para progresar. Su cumbre a partir de hoy ya no nos es ajena y aunque no le hayamos pedido permiso para abordarla, hemos bajado eufóricos por la hazaña conseguida. Pero aún no sabíamos su nombre, así que nos hemos acercado a La Guea para preguntar, buscando a un lugareño que se sienta alegre por tener el privilegio de vivir en un pueblo donde todavía se oyen aullar a los perros en las noches de luna y donde se puede escuchar el canto de los gallos en los rojizos amaneceres.
Un bar podía ser el lugar perfecto de reunión donde encontrar a alguien de estas características, pero al llegar a la puerta tres feroces perros nos han recordado que no hay nada bucólico que buscar en sus ladridos “Están para defender y esto ya no es un bar” nos advirtió el dueño. “Una última pregunta, por favor”- solicitamos.
Al menos averiguamos su bonito nombre: La piedra de la Milocha.

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