lunes, 20 de agosto de 2012

Escalando en la Hoz Mala...

-“Todo laberinto tiene su salida”- Esto mismo debió decirle Teseo a su padre Egeo, rey de Atenas, cuando intentaba convencerle de que volvería sano, salvo y victorioso de su mítica batalla contra el Minotauro.
El laberinto del rey Minos, donde se introdujo Teseo, era un conjunto de pasillos estrechos bajo el palacio principal de Creta, cuya única salida conducía al centro donde estaba encerrado el monstruo mitológico con cuerpo de hombre y cabeza de toro que se alimentaba de carne humana.
El cañón del Guadalope guarda a través de la Hoz Mala otro gran laberinto de estrechos, caos de bloques, gargantas, grietas, chimeneas y fisuras, por las que intentar buscar un posible camino para avanzar y llegar al objetivo, no siempre fructífero.

Buscábamos como casi siempre la ruta más fácil para llegar a su cumbre. Quizá intentar ganar altura por la chimenea que la separa del acantilado principal pudiera ser la opción más clara. Lo intentamos por la entrada derecha, la primera que aparece a nuestra vista, pero un bloque empotrado de al menos cinco metros nos impide el paso al collado. Destrepamos sobre nuestros mismos pasos y salimos de nuevo al exterior buscando la entrada opuesta. Dándole la vuelta al mallo, encontramos la entrada más baja a la chimenea. Nos introducimos por ese callejón ascendente que continúa hasta un punto superior de un modo más o menos accesible en el que, aunque hay muchas rocas sueltas de por medio, no hay necesidad de utilizar las cuerdas.

Embebidos en el mito de Ariadna, que enamorada ayudó a Teseo con su hilo a salir del laberinto de su padre, el rey Minos, subíamos despacio y con mucha cautela, con cierto temor hacia lo desconocido y en la mente la remota posibilidad de la existencia, también aquí, de otro minotauro. Asombrosamente oímos pasos arriba y nos detuvimos a observar qué seres podían habitar aquellas escarpadas cornisas. Ante nuestro asombro una cabra montés con su cría escalaban peligrosamente hacia arriba hasta la cumbre, un lugar sin salida. Asustados por los ruidos y la caída de piedras y sorprendidos por el hallazgo, nos retiramos a un lado observándolas, pensando que en algún punto, sintiéndose atrapadas, tendríamos un enfrentamiento. Pero la madre vio en nuestro hueco la única oportunidad para escapar. Con una agilidad pasmosa y una velocidad de descenso vertiginosa pasó a nuestro lado dando brincos de varios metros apoyando sus perfectamente adaptadas almohadillas a las lisas rocas que pretendíamos escalar, detrás la seguía su decidido e intrépido choto desafiando a la gravedad. Sin darnos cuenta y con el corazón a ciento ochenta pulsaciones por minuto, debido a la ascensión y al susto, estabamos ya en el collado y la que nos había parecido una escalada harto complicada se tornaba ahora en escasos cuarenta metros hasta la cumbre en una trepada de tercer grado con algún paso de cuarto. No cabíamos de gozo en nosotros mismos, habíamos conseguido llegar al inicio de la ruta a la inaccesible cumbre de Piedra Badada, el peñón solitario de la Tosca. Un enclave magnífico, donde dan ganas de convertirse en un ave rapaz para surcar los cielos de aquel grandioso hundimiento rocoso y llegar en unos segundos de un lado a otro de los acantilados; quedarse a vivir allí para siempre o convertirse en el agua del río madre para saltar de cascada en cascada, en el fragor de las tormentas, todo el desnivel que acumula este paraíso, pero nuestra condición de humanos, vulnerables a estas agrestes condiciones, nos hace volver a la civilización, donde estaremos más seguros, pero también más felices por haber alcanzado una nueva cumbre en las maravillosas entrañas de las sierras turolenses.


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