domingo, 11 de noviembre de 2012

El Fraile y La Monja. La antinaturalidad del celibato.


Dice Jesús García Calero, redactor de ABC, que la cultura nos ofrece: “Una colina para ganar altura mientras miramos lo que nos rodea. Un espejo para vernos, para saber quiénes fuimos y quienes somos, para elegir un momento que merezca la pena recordar.” 


Nosotros hemos venido a subir hoy otra de nuestras puntas, a coger altura para tener mejor perspectiva. Bronchales “El balcón de España”, como reza el cartel a la entrada del pueblo, nos servirá hoy para tomar aire limpio y puro, para volver a respirar de verdad y renovar la ventilación, porque de puertas adentro, este país tiene demasiada polución y necesitamos airearnos escalando.


            El destino elegido han sido dos piedras plantadas justo a la salida hacia la Fuente del Canto, magma volcánico petrificado durante el Pérmico, la roca más antigua que hemos escalado hasta hoy en  nuestra provincia de Teruel.
Rocas Antiguas y legendarias porque, como cuenta Francisco Lázaro Polo recuperando textos de la tradición oral, en cierta ocasión y tras haber inaugurado un convento cerca de Albarracín, unos padres internaron a la fuerza allí a su hija. La bella joven pronto hubo de conocer casualmente a un fraile que frecuentaba el convento. Sus edades cercanas y la belleza de sus adolescentes rostros estableció una atracción mutua, que buscaba, a la mínima ocasión, miradas furtivas, cercanía impulsiva y roces disimulados. La antinaturalidad del celibato, el instinto sexual y sus mutuos anhelos por encontrarse desembocaron en un almacén tras la lavandería, ocurriendo lo inevitable. Sus encuentros cada vez más apasionados eran sin embargo muy peligrosos y debían aprovechar la escasa y fugaz soledad del momento para después huir cada uno por su sitio como si no hubiese ocurrido nada.
Pero la pasión y el ansia por amarse y permanecer más tiempo juntos dictó que sus furtivos encuentros no eran ni mucho menos suficientes, por lo que decidieron fugarse. Lo hicieron una noche de verano amparados por la oscuridad y las sombras, pero una fuerte tormenta los sorprendió a la altura Bronchales y fueron a refugiarse bajo un enorme pino. Muchos creen que fue un castigo divino el que un rayo los partiera en dos mientras se abrazaban. Pero yo sé que murieron felices viviendo su propio sueño, porque lo demás…. no hubiera sido vivir.


Por eso nos hemos acercado a escalar estas dos emblemáticas cumbres que, aunque son de fácil ascensión, pertenecen, según cuenta la leyenda, a las almas petrificadas de los dos enamorados: El Fraile y La Monja.
Cada uno debe perseguir y vivir intensamente su propio destino elegido, a pesar de los riesgos que supone ir en contra de las restrictivas normas y de las doctrinas religiosas sociálmente aceptadas.
Sus cumbres, desde las que se ven sobre las copas de los pinos, Bronchales a un lado, al otro Palomera y allá en su frente el Valle del Jiloca, están pobladas de líquenes de múltiples formas y colores. Estas simbiosis entre hongo y alga, dos enamorados en clandestinidad o el encordamiento de dos escaladores, consiguen la fuerza, la ilusión y las condiciones necesarias para seguir sobreviviendo y afrontar con el ímpetu indispensable la batalla diaria por seguir adelante.


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